El documental King Ray se estrenó en España el pasado 8 de febrero a través de la plataforma Filmin. La Vanguardia, ABC, Eldiario.es, El Periódico y Fotogramas se hicieron eco de ello. Aquí os dejamos el artículo que escribió Rafael Tapounet para El Periódico:
Ramón Torres, el campeón al que robaron el oro
El documental ‘King Ray’ rinde homenaje a un mito del baloncesto de discapacitados intelectuales que fue víctima del fraude paralímpico de Sídney 2000.
Ramón Torres, en una imagen del documental King Ray.
En la historia de los grandes fraudes deportivos se hace difícil encontrar uno que supere en mezquindad al perpetrado por la Federación Española de Deportes para Discapacitados Intelectuales (FEDDI) en los Juegos Paralímpicos de Sídney del año 2000. ¿El viaje en coche del maratoniano Fred Lorz? ¿El dopaje de Ben Johnson? ¿El florete con interruptor del pentatleta Boris Onischenko? Trampas infames todas ellas que, al menos, perseguían algún tipo de gloria. No puede decirse lo mismo del caso que nos ocupa: en Sídney, solo dos de los 12 integrantes de la selección española que conquistó la medalla de oro en el torneo de baloncesto para discapacitados intelectuales tenían algún tipo de deficiencia. Los otros 10 eran jugadores de equipos amateurs reclutados por el presidente de la FEDDI, Fernando Martín Vicente, con el fin de obtener victorias que se tradujeran en más subvenciones y patrocinios para la federación.
El episodio aparece mencionado en ‘Campeones’, la comedia inclusiva de Javier Fesser que el pasado sábado se hizo con el Goya a la mejor película. Lo rememora Román (personaje interpretado por Roberto Chinchilla), un talentoso jugador del equipo Los Amigos que años atrás se vio envuelto en el fraude paralímpico y que ahora, receloso ante el espíritu competitivo del nuevo entrenador Marcos Montes (Javier Gutiérrez), opta por dejar de jugar.
Vivir una mentira
Román existe, pero su nombre real es Ramón. Ramón Torres Soto, un Goliath valenciano aficionado a los tatuajes que trabaja en la cadena de montaje de «una subcontrata de la Ford» en Picassent. Torres y el catalán Juan Pareja eran los únicos discapacitados reales de aquella selección que ganó el oro en Sídney. Cuando la estafa salió a la luz, relatada con detalle por un periodista que se había infiltrado en el equipo, ambos vieron cómo la tierra se abría bajo sus pies. «De repente, tienes la sensación de que todo lo que has hecho en la vida es mentira –rememora Ramón Torres-. Fue como volver al principio, a cuando estaba en el colegio y me insultaban y me ponían motes. Volver a perder el rumbo, a sentirme vacío, a no tener ganas de nada».
Lo explica, de forma conmovedora, en el documental ‘King Ray’, que ha dirigido el malagueño Sergio Romero Castaño y que se acaba de estrenar en la plataforma Filmin. «Yo empecé a investigar sobre el asunto del fraude cuando salió el veredicto del juicio en el 2013 y, haciendo unas entrevistas de tanteo, conocí a Ramón. En cuanto di con él, vi claro que era más interesante abordar el tema desde su punto de vista», apunta Romero.
De este modo, ‘King Ray’ trasciende la condición de reportaje acerca de una página bochornosa del deporte español y se convierte en el vivísimo testimonio de una realidad dura –los problemas de integración de las personas con discapacidad intelectual- que la estimable ‘Campeones’ sirve al espectador en taza de porcelana y con dos terrones de azúcar (el propio Torres tiene una breve aparición en la película de Fesser a modo de pequeño homenaje).
Un balón para saltar el muro
El documental de Sergio Romero es también un hermoso canto al poder transformador del deporte, capaz de cambiar vidas tan desdichadas como la del niño Ramón, un crío con serios problemas de aprendizaje humillado una y otra vez por sus compañeros de colegio. Un «muro», dice él, que pudo saltar gracias al baloncesto. «Mi padre me regaló un balón Spalding. Y allá donde yo iba, el balón iba conmigo. Dormía con él, comía con él, me iba a la ducha con él. Hasta lo utilizaba de almohada. Y así durante años».
Con el balón bajo el brazo, Ramón Torres se convirtió en algo muy parecido a una leyenda. «Dudo mucho que haya un jugador de baloncesto, no ya con discapacidad intelectual sino en general, que tenga un palmarés como el suyo», señala Osvaldo Márquez, que fue su entrenador en el Aderes de Burjassot (el equipo que sirvió de inspiración a Los Amigos de ‘Campeones’) y que hoy sigue con Torres en el Units de Godella. Ray ha ganado dos campeonatos mundiales, tres europeos, cinco de selecciones autonómicas y 14 nacionales de club. También conquistó la medalla de oro de las Paralimpiadas de 1992 y la de Sídney 2000. Pero esta última ya no la tiene.
“Lo raro es que ninguno es raro”
Torres era el capitán de aquella selección fraudulenta. Él, por supuesto, nada sabía del engaño urdido por la federación, aunque en los partidos de preparación notó que estaban pasando cosas extrañas. «Vio que algo no iba bien, porque de repente se encontró jugando con gente a la que no conocía de nada», explica su hermana Rose. «Lo raro es que ninguno de ellos es raro», llegó a comentar Ramón a la familia.
En ese punto se equivocaba, porque cuesta un mundo entender cómo esos 10 jugadores que no padecían discapacidad alguna aceptaron participar en una tropelía así. «Había gente muy joven que acudió engañada, pero también había adultos que sabían bien lo que hacían», explica el exseleccionador español Jordi Clarés. «Algunos hasta creían que hacían una noble labor al conseguir más dinero para el deporte inclusivo», indica el periodista Quique Peinado.
Una factura onerosa
La factura final del escándalo incluyó la retirada de las medallas, la devolución de las subvenciones, una multa de 5.400 euros para Fernando Martín Vicente y la desaparición de los equipos de discapacitados psíquicos del deporte paralímpico. Y también, a modo de daños colaterales, el derrumbe anímico de las dos únicas personas que se comportaron con dignidad en todo el maldito embrollo. Aún hoy Juan Pareja es incapaz de hablar del asunto, y por eso no aparece en el documental. Ramón Torres, relata su hermana, «se vino abajo. No quería levantarse de la cama. Se quedaba a oscuras, con el balón, pensando que así las cosas mejorarían».
Le costó lo suyo, pero salió adelante. Ahora tiene 46 años, un sobrepeso algo alarmante y las rodillas destrozadas. Pero sigue jugando a baloncesto. Y aún puede plantarse ante la cámara y decir: «Yo fui limpio. Yo gané».